MANCHESTER ARENA

No hay mayor dolor que ver salir a alguien sin saber que ya no volverá jamás. No hay mayor dolor que llorar a aquellos que por ley natural te deberían de llorar a ti el día indicado. No pude escribir esto el día que la miseria de aquellos que quieren imponer el terror se hizo fuerte sobre el Manchester Arena. No hay ningún dios que valga una gota de sangre porque no existe ninguno que te lo exija. La razón se extingue ante la violencia y es difícil enjuagarse la rabia de los ojos ante el dolor descarnado, pero no queremos ser como ellos, porque no lo somos. 22 inocentes que no volverán a sentir en su piel las caricias de sus seres queridos, 22 familias a las que la vida les deja una cuenta pendiente. Y cientos, miles, para los que cada despertar ya no será como el de los días anteriores a la tragedia. Han decidido golpearnos en casa, donde más huella deja, a aquellos que no pueden defenderse. También golpean a los suyos que no olvidéis nunca que también son los nuestros, que su dolor es el mismo que nos deja cicatrices en nuestro confortable Occidente. Malditos aquellos que fomentan el odio, malditos aquello que eligieron muerte, y no menos malditos los que han permitido e incluso alentado este laberinto sin salido. Si toleramos esto, a unos, a otros, quizás nuestros niños, estén en el lugar que estén, serán los siguientes.




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