LLUVIA

De niño no me gustaba la lluvia, no era ninguna manía especial, simplemente significaba no bajar a la calle a jugar, no encontrarme con mis amigos, no disputar ese partido de fútbol vital que se repetía cada tarde, en la que  andaba en juego el orgullo de tu calle, de tu portal.





De niño no me gustaba ver llover, aunque cedia  al chantaje de saltar sobre los charcos con aquellas botas de aguas y aquel chubasquero que mi madre, o mi abuela, que también era como una madre, me colocaban no me fuese a resfriar. De niño no entendía la necesidad de la lluvia, ni falta que me hacia. De niño miraba el balón que descansaba debajo de la mesa y solo deseaba que esa tarde no fuese a llover.


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