Tradiciones y penitencias
Me gustan las tradiciones cuando me hacen sentir pero me aterran cuando se apresuran a imponerse como necesidades, como formas de vida no naturales. Las costumbres se aprenden en un patio de vecinos, en el regazo de una madre. Se adhieren a la piel cuando se tiene la libertad para razonarlas y sólo luego aceptarlas.
Será que no termino de acostumbrarme a vivir en el centro del fuego cruzado, que solo yo elijo en que orillas baño mis pies, por lo que veo venir el dedo al ojo desde ambos lados. Será que soy tan celoso de mis propias decisiones que las opiniones en voz alta me pasan de largo porque me pongo de lado para sentirlas perderse en el olvido.
Salgo estos días pasados a la calle y me siento parte de esa gente que me rodea, como parte individualizada del colectivo.
Me siento devoto en voz baja, no porque mi mano derecha no conozca lo que hace mi mano izquierda, sino porque los golpes de pecho solo me producen moratones. Me encierro en mis emociones porque a veces necesito de una soledad interior voluntaria y controlada. Al final miro a los ojos de la gente que me importa y se que allí está mi hogar, mi casa, mi penitencia, mi dulce condena, que se expía con un café frente al mar.
Será que no termino de acostumbrarme a vivir en el centro del fuego cruzado, que solo yo elijo en que orillas baño mis pies, por lo que veo venir el dedo al ojo desde ambos lados. Será que soy tan celoso de mis propias decisiones que las opiniones en voz alta me pasan de largo porque me pongo de lado para sentirlas perderse en el olvido.
Salgo estos días pasados a la calle y me siento parte de esa gente que me rodea, como parte individualizada del colectivo.
Me siento devoto en voz baja, no porque mi mano derecha no conozca lo que hace mi mano izquierda, sino porque los golpes de pecho solo me producen moratones. Me encierro en mis emociones porque a veces necesito de una soledad interior voluntaria y controlada. Al final miro a los ojos de la gente que me importa y se que allí está mi hogar, mi casa, mi penitencia, mi dulce condena, que se expía con un café frente al mar.
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