TOMISLAV GOLUBAN - Memphis light

Día de confinamiento número... ummm, no consigo recordarlo y eso que realmente en mi caso habría que hablar de semiconfinamiento, ya que salgo a currar y vuelvo luego a casa hasta el día siguiente. Así voy cruzando el calendario casi sin fijarme en que día de la semana estoy. Me siento como en aquellas pelis americanas en las que sacaban a los presos todos encadenados a trabajar en la carretera, ball and chain. Tal vez sea efecto del estrés que se ha apoderado de mi en forma de una fastidioso y continuo dolor de cabeza que tampoco soy capaz de recordar cuando lleva a mi lado. Me monto mi propia película mientras pinto una cara en un balón y cuando voy a comenzar a hablar con él, mi hijo me lo quita, que es suyo, mirándome con cara de... "porque eres mi padre". Rondo por la casa, propenso al drama. Que eso no es la costa de una isla desierta, es el patio que vuelve a llover. Me acerco a la estantería de los discos. Podría sacarlos todos y volver a ordenarlos como hace no demasiado tiempo. Mejor no, aún recuerdo la última vez. Sigo mi periplo por el salón y junto a mi vieja guitarra eléctrica que sigo sin saber tocar, reposa una armónica que compré en Barcelona a finales del siglo pasado. Creyéndome Litlle Walter me dirijo raudo y decidido. La acaricio entre mis manos como un ritual aprendido en un cruce de caminos antes de acercarla a mis labios y extraer su sonido. Las dos gatas corren despavoridas ante el desgarrador estruendo. El resto de la casa me dedica una mirada inquisidora. Mejor lo dejo en manos de profesionales. Lo de la armónica también.


Tomislav Goluban nació en Croacia. Lugar que si me preguntas, para que engañarnos, relaciono con Prosinecki, Sucker o Drazen Petrovic pero no con un tipo tocando blues con una armónica. Tampoco es que Tomislav sea un bluesman al uso, ni mucho menos. Su voz se conduce por parámetros más oscuros y esa tendencia casi a recitar a lo Tom Waits. Su destreza con la armónica si queda clara, pero es más de trabajar para la canción que de construirla alrededor de su instrumento. Este es el onceavo disco de Goluban. ¡Qué ya son unos cuantos!. "Hayloft blues" abre un disco nada lineal ni repetitivo. Respira más rock and roll que blues esta canción, no nos engañemos. "Fun starts here" si es más ortodoxa, un preciso slow blues en el que Vince Johnson se hace cargo de las voces. "Country bag" tiene ese ritmo tan "ferroviario" que te hace mover los pies sin parar mientras que "Dissapear for good" desprende un aire jazz junto a esa tan particular forma de cantar de Goluban idóneo para días lluviosos de soledad.



"Memphis light" -la canción- es de ese tipo de temas que hace que casi involuntariamente te pongas a chasquear los dedos siguiendo el ritmo y la peculiar melodía vocal de Goluban. Hay canciones que por muchas versiones que puedas contabilizar, a mi me hacen saltar como un resorte en cuanto me la encuentro en un disco. Y aquí aparece una de ellas, "House of the rising sun", un clásico imperecedero al que Goluban le da un toque personal y acertadísimo. ¡Ojo a ese piano!. "Spirit will never get old" se maneja en las orillas del blues rock, con una slide muy buena y un trabajado estribillo. "Party time blues" sabe a arena, carretera llena de sol, club en la frontera de Texas, bourbon y cerveza. "Woman needs a man" posee un piano muy jazz mientras que el sonido de la guitarra reposa en el blues rock más tradicional de nuevo con Vince Johnson en las voces, esta vez compartiéndolas con Goluban. Cierra el disco "Can I be what I want". La música nos sigue salvando cada día y Tomislav Goluban es un gran compañero de confinamiento.

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