DOMINGO

Domingo, ocho de la mañana. Podría ser cualquier otro día de la semana. Realmente, no. Solo los domingos no me suena el despertador varias horas antes. Maldito hijo de puta que lleva a mi lado sobresaltándome cada mañana, más de tres décadas. Sin faltar ni una sola vez a su cita los días laborables. Son ya las ocho y cinco. A pesar de que hoy no rompe el silencio la estridente alarma, llevo casi una hora despierto. El sueño no me da para más. En la radio suena una vieja canción. Conocida hasta el hastío. Una de las presentadoras reconoce sin ruborizarse no conocerla. La otra no disimula estar leyendo el título en el guion. Suspiro mientras clavo la vista en el ventilador de techo. Sus cronometradas vueltas se tornan acompasadas con la plácida respiración de mi mujer a mi lado. Tranquila y serena. Apago la radio y me concentro en su hipnótico ritmo.

Mis sentidos perciben el aroma de un café aún sin preparar. Es una señal para abandonar el suave refugio de las sábanas. Bajo las escaleras. En la cocina ya luce la mañana. La claridad de las mañanas de verano invaden las rendijas de la persiana. Como una barrera franqueada a la que no temer. Las gatas me dan los buenos días, a su manera. La Blanca desliza su suave piel contra mis pantorrillas como en una danza tribal. La Negra en una interminable locución de maullidos, relata las aventuras y desventuras de la vida desde la perspectiva de sus felinos ojos. 


Comienzo el ritual de cada domingo. Asaltan la casa olores a café con leche y pan tostado con aceite. Que siempre saben mejor en buena compañía. Con una conversación y una sonrisa. Acompaño el amargo sabor del café con los párrafos de alguno de los libros que llevo al día. Ahora toca versión electrónica, más tarde en la playa llegará el turno del papel. He aprendido a convivir con Caín y Abel sin preguntar quién es quién. Sin razón lógica ni aparente, desde hace ya un tiempo, los primeros acordes que suenan en casa un domingo por la mañana son en clave de jazz. Count Basie es el maestro de ceremonias. Mientras interpreta “M-Squad” me siento como un extraño en tierra extraña. Es la sensación que me embarga cada vez que me sumerjo en la majestuosidad del jazz. Como un niño pequeño que disfruta extasiado sin ser capaz de explicar el porqué. 

La taza baila en mi mano instintivamente mientras suena “Sweet Lorraine”. Me siento como en una película de los años 60. Casi espero levantar la mirada y ver entrar a Peter Sellers como si mi cocina se convirtiese en el apartamento de El Guateque  y Blake Edwards junto al frigorífico se prestase raudo a gritar acción. Por un momento aparto la mirada del libro. Demasiados pensamientos se agolpan en mi mente y pierdo el hilo. Pasos prestos junto a la ventana me devuelven a la realidad. La taza vacía, en el plato solo migas de pan y el libro con varias páginas atrás en su búsqueda del final. Salta el cassette en el equipo. Count Basie ha finalizado su interpretación con “As long as I Live”. No podía ser más propio. Ni premeditado.

Comentarios

elyuyu ha dicho que…
He leido tu entrada,llamado por la fotografia de la cinta de Count Basie,te sigo de vez en cuando,a ti,y a otros,pero menos de lo que me gustaria.
Comentarte de que no sabras de alguien que le interese esa coleccion de Jazz en vinilo.
Un abrazo,gracias.