INJECTOR - Hunt of the rawhead

Por edad no tuve oportunidad de vivir in situ los primeros y excitantes años del heavy metal, pero si tuve la fortuna de poder hacerlo con el thrash metal. Cada disco, muchos de ellos complicados de conseguir lo que aumentaba la expectación y la satisfacción al tenerlo, era una celebración. Siempre he considerado al thrash metal algo así como la ley de pureza del heavy metal. ¡Ojo!. No me gusta excesivamente utilizar un termino como pureza porque demasiadas veces lleva consigo connotaciones con las que no comulgo, ni en lo musical ni en lo personal. Pero dentro del contexto de unos días, en los que muchas bandas de heavy metal afinaban su sonido, buscando un mercado que a todas luces se presentaba como el futuro, y en el que eran sabedores que no se limitaría unica y exclusivamente a esa legión de fans que se aglutinaban en sus comienzos, el thrash metal aparecía como la resistencia a todo aquel movimiento. La contraposición a la masificación del hard rock - que por otro lado también disfruté al máximo, yo soy de aquellos que disfrutaban con Nightranger y Kreator a la vez -, una posición que no se si será comprensible ahora, en el que las formas de entender la pertenencia a un grupo se ven de manera diferente, pero que por entonces era algo muy arraigado.


También he tenido siempre la percepción de que el thrash en si tiene un límites establecidos que se pueden estirar hasta cierto punto, pero que llegado un momento,una evolución del sonido termina siendo cualquier otra cosa menos thrash metal. No estoy hablando de un anquilosamiento perpetuo, de repetir cuatro ideas una y otra vez, pero si que su campo de acción, para mi por lo menos, es más limitado, y de ahí esa percepción de ley de pureza que comentaba al inicio. Espero haber sido capaz de explicarme, de hacerme entender. El caso es que el thrash ha seguido vivo durante todo este tiempo y dando muy buenos discos, tanto de bandas clásicas, como de otras que han ido cogiendo el reto y luchando hombro con hombro con estas. Claros ejemplos pueden ser Suicidal Angels, Angelus Apatrida, Crisix, Bonded by Blood, Havoc, Gamma Bomb... grupos que han sabido hacer permancer la esencia, aportarles su personalidad - en mayor medida unos que otros - y ofrecer buenos lanzamientos. Otro ejemplo son Injector. La banda de Cartagena, con casi una década ya en su espalda, edita en estos días su tercer disco, "Hunt of the rawhead", un compendio de furiosos riffs, fuerza perfectamente controlada a su favor e influencias del heavy metal clásico.

El disco lo abre la furiosa "March to kill", una continua andanada de riffs, con una batería apabullante y esos detalles de la guitarra solista sin excesos que enriquecen el resultado final. "Unborn legions" muestra un ritmo más pausado marcado por un riff muy duro en sus compases iniciales pero rapidamente se acelera gracias a esa batería, mostrando hechuras del thrash americano de los 80 mientras que la guitarra solista añade elementos más propios del heavy metal. Curiosamente la voz me recuerda a ratos a Peavy Wagner de Rage. El bajo toma protagonismo en "Into the black" representa perfectamente esa travesía entre el heavy y el thrash, con una base rítmica contundente de corte clásico, partes melodicas de voz en el estribillo y buenas guitarras. “Dreadnought race” se lanza a toda pastilla con un gran riff, endureciendo considerablemente su sonido. “Rythm of war” con sus 7:57 minutos es la canción más larga del disco. Thrash americano de la vieja escuela, dando mucho protagonismo a la voz y el bajo que se cuela entre el muro sonico que conforma el riff. “Arcane soul” se acoge a esa calma tensa que explota rápidamente entre  los arranques de furia de la voz y el martilleo demoledor de la batería. “Feed the monster” se apoya en un riff veloz y presume de una velocidad endiablada. La instrumental “Interstellar minds” da paso a “Boundbreaker”  que pone final a este gran disco con otra lección de agresividad. 



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