MÖTLEY CRÜE - Shout at the devil

El hard rock siempre tuvo sobre mí un influjo visual enorme. Por supuesto, la música era la raíz, la razón de ser, el gran maná. Pero la fuerte imagen de muchas bandas de los setenta y ochenta, eran como la telaraña que atrae a la mosca, consciente de su destino pero  sin poder evitar sentirse atraída. Recuerdo tener en la pared un poster con la portada del primer disco de Poison, un álbum que me ha dado -  y sigue haciéndolo - montones de diversión y grandes momentos. Aquella caratula con la banda maquillada de manera exagerada, era para mí un jodete en toda regla. Un no quiero ser como tú, ni lo seré jamás. Días de cuchicheos entre los vecinos al verme pasar. De manos a la pared y las piernas abiertas, que seguro que llevas algo con esas pintas. De días de instituto, de vino barato y cervezas compartidas. Sueños que aún no se habían estrellado contra los adoquines de la realidad. Había otro que también era de mis favoritos. Vince Neil gobernaba mi habitación desde lo alto de la pared, montado en una Harley. Mirada desafiante, maneras golfas. Colgué ese poster casi a la vez que compré el "Girls, girls, girls". El disco. También veía sin parar el videoclip en aquella vhs grabada y repleta de videos que pasaban en la televisión. Otras cintas con otros recopilados de la MTV, que vete a saber cómo, acababan en mi poder. Mötley Crüe era - sigue siendo - otra de mis bandas favoritas del hard rock de aquellos días. Los chicos guapos no hacen Rock and Roll. Pero mi disco favorito de la banda siempre ha sido "Shout at the devil", a pesar de descubrirlo a posteriori, que en 1983, aquí el menda solo tenía 11 años.

Aún no les había llegado la gloria. "Too fast for love" les hizo hacerse un nombre, comenzar a codearse con todas aquellas bandas que estaban dispuestas a ser referentes de una generación. Aerosmith eran un espejo para Nikki Sixx. Incluso en su forma de entender la vida. Mick, Tommy, Nikki y Vince eran unos salvajes con una imagen descomunal, tan desmesurada que llevaba el glam a algo casi grotesco, una especie de matones travestidos capaces de desatar el infierno. Si la portada original de "Shout at the devil", con ese pentagrama sobre el fondo negro, es casi obsesiva, la que más tarde decoró el disco debido a las presiones de organizaciones cristianas, que se empeñaban en asegurar que el rock era la perdición, consiguieron cambiar, por otra con la andrógina imagen de los cuatro miembros de la banda mirándote desde ella e invitándote a realizar salvas al diablo, no se queda atrás. Extenderme en historias alrededor del disco o de la época me parece tan poco necesario que me lo voy a saltar a la torera. Lo que trataré de explicar es las sensaciones que tantos años después, me sigue produciendo este incendiario disco que se abre con esa letanía titulada "In the beginning", una intro en la que la voz distorsionada de Nikki Sixx nos advierte "... Be strong and shout at the devil" justo ante que el conocido riff de la canción que da nombre al disco me haga gritar como un jodido poseso. Posiblemente Vince Neil sea de ese tipo de vocalistas, cuya voz amas u odias, sin término medio. Ya supondréis a que bando pertenezco. ¡Que de comienzo el ritual!.



Si "Shout at the devil" - la canción - es ya un clásico y no solo de la banda, que decir de "Looks that kill", mostrando la faceta más heavy de la banda, con un Tommy pegando fuerte, y ese estribillo hímnico. Aquí no hay medias tintas. Hemos invocado al diablo, jugado con el doble sentido de esa mirada que mata y ahora hay que apretar los puños y gritar "Bastard", con sus hechuras punk siempre bajo el tamiz de Mötley Crüe, rápida y agresiva, a la vez que melódica. La mezcla de momentos acústicos y distorsionados son la composición de "God bless the children of the beast", instrumental para gloria de Mick Mars un guitarra tan efectivo como poco valorado. Siempre he pensado que "Helter Skelter" da para mucho y Mötley Crüe supieron como sacarle juego e incluso llevarla a su terreno, tanto que lleva el ADN Crüe su interpretación. "Red hot" suena potente y pendenciera, sin esas concesiones que hiciesen más adelante y que seguramente, eran necesarias. Cada vez que escucho el estribillo, no puedo evitar pensar en un garito rodeado de colegas, birra en alto, gritándolo como si se nos fuese la vida. Otro de los puntos fuertes del disco es "Too young to fall in love", escuela Crüe, melodías multiplicadas por mil, con un Vince supremo y una guitarra - este comentario sobre el trabajo de Mick me vale para todo el disco - omnipresente y brutal. Ese estribillo amigos, ese estribillo.



Me voy a repetir, pero es que ese riff de Mick en "Knock em dead, kid", por cierto, dedicada a la pasma de L.A., me ponen muy bruto. No es mi canción preferida del disco, pero mantiene ese espíritu macarra, esa aún fuerza bruta que mezcla toneladas de acero y maquillaje. Por cierto, ese riff es puro heavy metal. "Ten seconds to love" sigue el mismo camino, fuerza, un estribillo marcado pero aún lejos de esa fijación por comandar la canción que se volvió santo y seña a final de los ochenta, el riff en primera línea y la banda como una pandilla buscando pelea en Central Park. "Danger" cierra la edición original del disco, una canción que siempre me ha recordado mucho a "Dream on" de Aerosmith, a pesar de no ser una balada, pero tiene ráfagas que me recuerda a ella. Hace ya unos años, al menos veinte, me pillé una edición que además recopilaba demos y una canción no editada, "I will survive", justo al foto que os pongo más abajo. Ya habréis notado, si habéis llegado hasta el final, mi pasión por este disco. Eso es lo grande de la música, que lo que a mí me parece maravilloso, no tiene porque ser para ti igual. Pretendo ir hablando de mis discos de hard rock preferidos, aquellos que me hicieron, y hacen, disfrutar al máximo. Este es el primero. De regalo os dejo un concierto en directo, para que veáis como se las gastaban estos cuatro elementos en directo.







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