Domingos y cambios de hora

Domingo de jetlag casero, ese que proporciona el cambio de hora. Claridades acomodadas en un horario aunque el cuerpo ya añore oscuridad. Ratos extraños en sentidos desorientados para día de asueto. Me siento frente al ordenador y no sé si tomarme otra cerveza o ir preparando el ritual que indica la proximidad del lunes y la vuelta al tajo. Pon otra, por favor, como cantan Cloaca, siempre por respuesta, faltaría más o acaso ya no nos conocemos. Encima los críos sin clase, barruntando una Semana Santa sin más penitencias que el sudor de frente de cada día para ganarte el pan. Fuegos cruzados entre el mañana trabajo y el pues yo no tengo cole. Como la eterna lucha entre el bien y el mal en versión casera y si tener claro ni delimitado quién milita en cada bando, porque al final, al villano se le ablanda el corazón y termina cediendo con ese escrito en la pared, venga, pero sólo un ratito. Cosas de casa era aquella serie. Casos de casa que se repiten en el tiempo. Mientras me aclaro que hora es, que hora era ayer o a que puñetera hora tengo que poner el despertador, dejo evadir mis sentidos con Maika Makovski y su "Love you till I di", en vivo y directo, piel, alma y huesos en TVE. 




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