Hay veces en las que devoras un libro o tal vez sea este quien te devora a ti. Es el caso de “Todo arde”. Mi caso. La novela de Nuria Barrios es una clara y cruda muestra de la inocencia y la decadencia. Juntas pero no revueltas. O tal vez si. Una moderna y urbana revisión del mito de Orfeo y Eurídice. La inocencia de Lolo, un adolescente apartado de “los peligros” del mundo por sus padres, bajo el inflexible y nunca caduco pretexto de por su bien. La decadencia de su hermana Lena, sumida en un viaje a las tinieblas de la mano del caballo, sin más futuro del que va más allá de la próxima piedra que quemar en la pipa. El primero al rescate de la segunda, trastabillado en un mundo donde las manillas del reloj giran inexorable de manera y velocidad diferente al de la seguridad de ver el riesgo pasar de lejos y ocultarse de los temores. Un héroe que necesita ser rescatado. Un héroe que no tiene a quién rescatar porque esta se niega a ser liberada de una vida de la que ya no puede escapar.
Todo arde transcurre en un poblado marginal de Madrid. Pero podría ser el de cualquier ciudad, quizás de la tuya propia. Desde que se esconde el sol hasta que vuelve a romper la oscuridad. Una historia de amor a la manera de sus protagonistas, que no siempre coinciden en la forma aunque tal vez en el fondo. Un libro crudo, no más que la propia vida. Al final todo lo demás no deja de ser periférico porque la verdadera trama se resume en las relaciones personales, la de Lolo y Lena, a pesar de que estas terminan necesitando los personajes que gravitan a su alrededor.
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