Este Madrid - crónica sentimental de unos días recientes en Madrid -

Diecisiete años hacia que no visitaba Madrid, o casi. El 2 de octubre se cumplirían para ser más exacto.  Muchas páginas del calendario arrancadas nos separan. Justo el tiempo que hace que volví a mi Sur del Sur. Madrid, ese lugar que me hizo sentir uno más la gran mayoría de las veces. Casi diecisiete años sin volver, ninguna razón concreta. Las cosas ocurren y fluyen de manera natural al menos para mí. Vivo sin agarrarme al pasado más de la cuenta y el futuro lo diviso con mas hechuras de próximo presente que de lejanía anunciada. Llegaba la hora de hacer las maletas y cargar el pendrive de canciones - maldita costumbre de los coches modernos de no tener reproductor de cds - para recorrer kilómetros sin fin, bueno sí, destino al kilómetro cero. Mientras el asfalto iba quedando a mi espalda bajo la presión de los neumáticos, la memoria trabaja a destajo y  va entrelazando a su antojo situaciones, imágenes y diálogos que a estas alturas igual no son totalmente ciertos o literales. Tampoco importa demasiado porque solo rinde cuenta a tus propias emociones y reconoce como único jurado al elenco de fantasmas pasados que cosen heridas y dibujan sonrisas. Sabía que al entrar en Madrid, en mi coche tenían que sonar Leño y Burning, acordes eternos de esa ciudad para mí. Y Kike Turmix, como homenaje y gloria a una Malasaña cuyas calles moré durante aquellos años.

Madrid, tan cambiada y a la vez tan idéntica. Recorrer aquellas calles es un flashback infinito, un dèjá vu interminable. Por la calle Fuencarral ya no circulan autos y no recuerdo tantas tiendas como hay ahora. Al menos es mi memoria. Gran Vía y Sol. Turistas a diestro y siniestro. Cierto, en estos momentos soy uno de ellos, pero en el fondo sé que no, porque parte de mí se quedó en esta ciudad y parte de ella en mí. Bajo por Montera y mi mirada busca a lo lejos la Sala El Sol, donde sudé tantas noches y mis pies vibraron gracias a los decibelios que comulgaban en su escenario. Montera no se ajusta a mis recuerdos, al menos, afortunadamente, en tanta cantidad como antaño, imagino que sabes a lo que me refiero. Hasta los tipos que invitan a los transeúntes a vender su oro parecen haberse modernizado. Voy localizando en mi cabeza aquellas tiendas de discos que visitaba. Afortunadamente muchas han sobrevivido, aunque más de una en este momento se encuentre cerrada por vacaciones. Desgasto mis dedos recorriendo cubetas repletas de vinilos, de los que varios saludan a su nuevo propietario que promete escucharlos y cuidarlos como si la vida le fuese en ello. El calor es sofocante y la sombra se muestra agradecida. Siempre me gustaron más las calles estrechas del centro madrileño que sus amplias e interminables avenidas. Las recorro con la parsimonia del que no tiene prisas y la ansiedad del que siempre busca algo.




Ejerzo de turista a tiempo parcial y visito esos lugares marcados en el guión. No por ello menos imprescindibles. Para mi familia es su primera visita a Madrid y la disfrutan paso a paso, segundo a segundo. El embrujo de la gran ciudad al que caes rendido cuando sabes qué tan solo son unos días y que no necesitas debatirte entre contradicciones. Miseria y grandeza casi se abrazan en las esquinas y me produce una profunda pena. Cosas que nunca cambian. Vuelvo a mi barrio, tan de moda desde hace unos años. Le cuento a mi mujer y mis hijos que aquellas calles eran un hervidero constante de gente, de bares, de brindis al aire y canciones perdidas. Al menos así lo vivía yo. Ahora no me lo parece tanto. Su cara es la misma pero lo noto tan distinto. Seguramente sea más fruto de la nostalgia que de la realidad, no sabría decir a ciencia cierta, pero algo me hace sentir un extraño en un lugar que sigo considerando  mío. De mi boca escapan anécdotas vividas y una sonrisa se me escapa instantáneamente cuando paso por delante de aquel portal de la calle De La Palma que me acogía cada día. Al menos el Penta sigue en su sitio, por esa esquina sí que parece no haber pasado el tiempo.




Cinco días y es hora de volver a casa, a deshacer los kilómetros recorridos con otro buen puñado de canciones que me devuelven a ese Sur del Sur que siempre ha sido mi hogar, el lugar donde quise volver. Voy dejando Madrid atrás mientras de reojo miro por el retrovisor. Las señales anuncian la autopista que me aleja de la ciudad. No es un adiós sino un silencioso hasta luego, aunque no sé sí volverán a pasar casi dos décadas hasta que nos volvamos a ver. Los ojos de los míos reflejan el cansancio de unos días intensos que se mezcla con la satisfacción del momento pasado. Otra colección de recuerdos que añadir a su álbum de la vida, en los que casi sin darse cuenta, siempre relacionaran Madrid conmigo como yo ahora, también lo haré con ellos. Me queda la espina de no haber dado un telefonazo a gente que dejé en Madrid hace mucho pero que a pesar de la distancia siempre han estado en mis recuerdos y a otra que he ido conociendo en un pasado más cercano, pero este viaje se lo debía a mi familia para que se empapase de una ciudad que forma parte de mi vida y ahora espero que aunque sea un poco, de las suyas. Otra vez será, espero que más pronto que tarde. 

Comentarios