Días de escuela
Mi padre, que en paz descanse, muy amante de la fachada y mentiroso hasta las trancas, realizó su gran entrada en aquel cristiano colegio, presentándose en el despacho del director con un sobre lleno de billetes que este festejó como si fuese día del Señor y me atrevo a imaginar que acogió con más alegría que otras aportaciones espirituales y por ende menos tangibles. En sucesivas ocasiones durante los años posteriores, me tocó el rol de correo que durante ciertas mañanas, llamaba al despacho del Director y entregaba la mercancía ante la sonrisa interesada - y que a mi siempre me resultó tétrica- del patrón del centro educativo. Misión cumplida y raudo para el aula. Una tarde al finalizar las clases, mi progenitor me tuvo casi una hora sentado en un banco sito en el hall mientras se entrevistaba con el jerarca en su despacho, del que salió airado y malhumorado. Desde aquel instante finalizó mi carrera como correo y cambió la actitud del Director - y del equipo directivo y algún profesor - hacia mi persona. Con el tiempo comencé a preguntarme si el hecho de que nunca sacase menos de un ocho en los exámenes y que la nota media de mi graduado escolar sea un bien, tuvo algo que ver con aquello.
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