Las leyes de la frontera
Como un pequeño chasco podría definir mi impresión de “Las leyes de la frontera” de Daniel Monzón. Concebida como un homenaje al cine quinqui de los 70 que consagraron Jose Antonio De La Loma y Eloy De la Iglesia y al que más tarde se apuntaron otros como Carlos Saura o Vicente Aranda. Aquel cine era el retrato social de parte de los barrios de las ciudades en un país que aún no se había desprendido del todo de muchos de los lastres de una dictadura demasiado reciente en las formas y los modos. Monzón trata de rescatar la piel marcada de aquellas cintas adaptando la novela de Javier Cercas. Aunque la película comienza transmitiendo buenas sensaciones y atando hilos que hilvanen una historia en la que se cruzan dos mundos distintos a priori como los de la clase media de la época y los bajos fondos retratados en el barrio chino de Girona. Pero al final toda la historia va escatimando interés para terminar devorada por el protagonismo de una historia de amor adolescente. A Las leyes de la frontera le falta esa sordidez que escupían por los poros aquellas películas como Perros callejeros, Deprisa deprisa o El Pico tan propia de aquel mundo que poco tenía que ver con el de un héroe romántico - como parece en Las leyes de la frontera - porque aquella era una vida a cara de perro marcada por los códigos propios.
Los personajes adolecen de ese magnetismo equívoco que irradia la marginalidad y ni la ambientación recuerda aquellos círculos viciosos que los que hemos vivido cerca de aquellos focos, al menos yo, conservo en la memoria. Un submundo de degradación provocada por el caballo, poblado de espíritus desolados y gente que aterrorizaba con una sola mirada y que aquí se convierten en una desigual especie de Bonnie and Clyde de un aséptico siglo XXI en el que esa línea que el protagonista cruza parece delimitada por unos porros en la plaza del barrio. Ni tan siquiera nos encontramos con la figura del policía con más sombras que luces o unos atracos que casi parecen más decoración que motor de la película. Echo de menos esa crudeza a veces incluso demasiado desagradable que retrataba un mundo que no era principalmente un camino de rosas. No soy un entendido en aspectos técnicos de cine así que no hablaré de planos o luces, pero si soy consciente de lo que me gusta y me transmite sensaciones cuando me siento en la butaca, esta vez no del cine sino del catálogo de una plataforma televisiva. Y ojo, que incluso he preferido obviar comparaciones que pudiesen ahondar en la herida. Quizás sea una entretenida película de aventuras pero dudo mucho que tenga para mi parecer, demasiado recorrido con el cine quinqui que pretende homenajear, algo así como pretender comparar a Ghost con Obús o Pitingo con los Chichos.
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