MAGNUM - The monster roars (2022)
Me acaba de asaltar una duda. ¿Siguen poniendo en las películas aquello de cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?. Hace tiempo que no me fijo. He pensado en tatuar dicha afirmación en la cabecera de este blog, no sea que confunda a quien llegue pensando que esto es algo relativamente parecido a la prensa musical y no las disertaciones personales e intransferibles de alguien para quien la música es ese motor tan vital que no le permito parar un solo instante. En esos vaivenes que da la vida, una banda que durante mucho tiempo fue fundamental en mi manera de comprender la música, de pronto queda en un olvidado segundo plano sin ningún razón aparente o de peso. Tal vez no sus discos clásicos que siguen conformando parte de la dieta habitual pero sí sus nuevos lanzamientos.
Es el caso de los británicos Magnum. Tanto su primera época en la que esa frontera rebasada tanto del a.o.r. como de elementos sinfónicos y progresivos, dieron como fruto discos de una calidad irrebatible y que deberían ser parte fundamental de la historia del rock potente, como su acercamiento a postulados más comerciales a mitad de los ochenta que los llevó a facturar precisos himnos de hard rock melódicos a los que no acompañó una suerte esquiva. Era tanta mi pasión por Magnum durante mucho tiempo que cuando me preguntaban por mi teclista preferido, contestaba Mark Stanway sin pensármelo dos veces. Magnum han sobrevivido a modas y tiempos adversos, girando y grabando sin parar. En este nuevo siglo, la grandilocuencia añadida de su sonido, no termino de casar conmigo, lo que tal vez por ello, por cierta desidia, y no nos engañemos, la saturación a veces de material, aparto momentáneamente nuestros caminos, que se vuelven a unir con este "The Monster Roar".
Tan solo con el comienzo de la canción que da nombre al disco y además sirve de presentación de este, me reconcilia con Magnum al escuchar la voz de Bob Catley. ¡Qué me gusta este tipo cantando!. La canción, un medio tiempo adornado de precisos cambios de ritmo que te atrapa al instante. "Remember" posee esas guitarras tan reconocibles de Tony Clarkin y esa forma de afrontar los estribillos de Catley tan Magnum, tan maravillosa. Asentados en los medios tiempos, nos encontramos con los tintes épicos de "All you believe in" de cierto aire Queen sobre todo en el solo de guitarra. "I won't let you down" oscila peligrosamente porque la sensación es que Magnum se encuentra demasiado a gusto sin cambiar de marchas pero afortunadamente el estribillo apuntala fuerte y rompe con todo.
"The present not the past" otorga algo más de protagonismo a las guitarras aunque el teclado sigue siendo quien maneja la situación, y en el estribillo se acercan ecos de su pasaje por los ochenta. "No steppin' stones" y su sección de vientos da la sensación de ser una de las canciones pensada para el directo, un ritmo alegre y sin excesivo aspavientos además con un buen solo de Clarkin. "That freedom word" es lo que echaba de menos de Magnum, esa fuerza natural que se siente incluso cuando la estrofa desfila por estructuras de un medio tiempo y que explota al llegar al estribillo. Llega el momento de extender el cronómetro - 7 minutos y pico - y para ello eligen "Your blood is violence" con una guitarra muy marcada y más fuerza de los viene siendo habitual en el disco junto a un estribillo maravilloso.
"Walk the silent hours" es la balada del disco, propicia para el lucimiento de Bob Catley, que aun con setenta y tantos tacos es capaz emocionarnos con esa forma de cantar en la que parece estar contando una historia perfectamente musicada. Vuelven las guitarras al primer plano con "The day after the night before", potente y épica, muy Magnum en todos los aspectos. "Come Holy man" es de esas canciones, que a gente como yo, que amamos la época clásica de Magnum nos saca un sonrisa de felicidad. Cierran el disco con "Can't buy yourself a heaven", acústicas, Catley tomando fuerza, dejándose llevar e invitando a que hagamos lo mismo. Me reconcilio con Magnum cual hijo pródigo.
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