Mañanas de domingo: Rosanne Cash

Dicen que con la edad comienzan a pesar las sábanas  aunque ciertamente nunca fui de dormir demasiado. Los domingos se convierten en un día cualquiera cuando te convences de vivir la vida a tu manera, de brindar por cada amanecer y recoger persianas al anochecer. Eso no quita que al último día de la semana le haya cosido en la piel mis maneras de vivir. No  importa la hora que pretendan marcar los rayos del sol e incluso que aún sean demasiado débiles como para ocultar los últimos estertores de la madrugada. Hacer café, bien cargado, por favor. Tostar pan, no demasiado  y regar su miga con aceite. Pan y café, para dos, -me viene a la cabeza una canción que mi madre ponía mucho durante una época, aquella de: “…juntos, café para dos…” y voy canturreando mientras aparto la cafetera del fuego- siempre mejor en buena compañía. Si el tiempo lo permite, un par de sillas al patio. Las gatas nos acompañan, es su territorio y así orgullosa nos lo hacen saber mientras vigilan el vuelo de los pájaros. 

Hoy el dia luce gris, amenaza con lluvia e incluso alguna pequeña gota busca su final entre las lozas del suelo. Un libro descansa sobre la mesa, -El Yermo de Sergi Llauger- mientras termino de buscar entre las estanterías de discos. Ningún día lo concibo sin música pero es que además el primero que suene la mañana del domingo carga con su ritual simbólico. Por alguna razón a la que nunca presté atención, los primeros acordes que escoltan la despedida de la semana, no suelen hacer gala de la potencia decibélica habitual. Café, gatas, sol, compañía, libros… y un buen disco. Hoy a Rosanne Cash le hago un sitio de honor en el patio junto a nosotros y ella asiente desde la portada de “King’s Record Shop”.

Todos somos hijos de alguien aunque lo interpretemos de distinta manera incluso diferenciando entre nuestros progenitores. Seguramente a Rosanne le pesó a veces el apellido tanto como otras le abrió puertas atrancadas para la mayoría de mortales. Todos somos hijos de alguien pero en nosotros mismos está la capacidad de cimentar nuestra propia carretera de ladrillos amarillos. Rosanne Cash lanzó “King’s Record Shop” en 1987. Si alguien me cuenta en aquel tiempo, con quince años, que un día estaría escuchando a Rosanne Cash o alguien parecido, me hubiese entrado la risa floja. Pero mirame ahora, con tantos frentes abiertos, que sigo buscando resquicios donde encajar más. La vida es esa cosa extraña que marca el momento exacto cuando ocurre, sin importar un minuto atras o adelante en el tiempo. ¿Qué pregunten a Rosanne Cash cada vez que alguien señala la predisposición a sonar en las emisoras comerciales de este disco?. Como si acaso no fuese eso lo que pedía el momento, lo que pida siempre aunque a veces saquemos del armario el polvoriento disfraz de la autenticidad y aquella vieja caja de maquillajes de los momentos solemnes.


Disfruto relajado de unas canciones que me hacen con facilidad perder la concentración en la lectura. Me levanto a por la segunda taza de café, ¿quieres otra?. Comienzan a escucharse ruidos en la casa, no, no tenemos fantasmas ni vivimos sugestionados por muy aficionados al cine de terror que nos declaremos en este salón frente al televisor. Sencillamente son dos adolescentes cuyo reloj vital los fines de semana trabaja a marchas cambiadas y hoy han decidido extrañamente que no se les van a pegar demasiado las sábanas. Rosanne termina su última canción, me guiña el ojo y vuelve a entrar en King’s Record Shop, cerrando la puerta a su espalda con una sonrisa cómplice. Hasta la próxima Rosanne. 



Comentarios

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