JUDAS PRIEST - Invincible shield

En su concepto sobre los lugares de tránsito  donde el ser humano permanece anónimo, el antropólogo francés Marc Augé afirmaba que “…el vocabulario es esencial pues teje la trama de las costumbres, educa la mirada, informa el paisaje.” (Los no lugares. 2017). La importancia de las palabras, el verbo, capaz de obrar en nombre de la paz pero también de desencadenar  violencia que ejercemos en nombre de la cultura para lavar conciencias y minimizar la responsabilidad de nuestros actos, como si la cultura no fuese única y exclusivamente el resultado de nuestra acción social. Pero volvamos a esos lugares donde perdemos nuestra “individualidad” para formar parte del colectivo, de una homogeneidad, del sentido de pertenencia en situaciones de performatividad. La puesta en valor de los marcadores diacríticos.  Consideremos la música como ese espacio donde soy yo y a la vez nosotros, pero no ellos. Canciones como marcas indelebles en la piel resultantes del paso del tiempo. Echo la vista atrás y veo -entre otros- discos de Judas Priest que forman parte de mi pasado, mi presente y mientras el cuerpo les aguante, actualidad, ya que el futuro revestido de inmortalidad se lo han ganado a pulso y renacerá cada vez que alguien escuche una de sus canciones. 

Judas Priest son la banda de heavy metal por excelencia. Si busco en los cajones de mi memoria, aparecen una y otra vez continuamente. No tengo nada que reprocharles, su misión ya no es salvar el rock and roll, eso le toca a la sangre nueva, sino seguir haciéndonos disfrutar. Aún así, siguen siendo capaces de volarme la cabeza, de volver a emocionarme, aunque en ello también ponga yo de mi parte. Judas Priest superan el escollo del tiempo, a pesar de las sarcásticas zancadillas de los que no comprenden que la edad no perdona, aunque cuando se trata de ídolos propios su discurso  cambia de piel sin atisbo de vergüenza. De acuerdo, Halford necesita de la ayuda de la tecnología del estudio de grabación para llegar a unos tonos a los que su garganta ya no consigue llegar por sí sola y a los que otros no se  acercarán ni en sus mejores sueños. Cierto es que la labor -excelsa- de Richie Faulkner lleva los riffs de Judas Priest a su terreno, pero lo prefiero  un millón de veces antes de caer en la tentación de convertirse en un clon, para eso ya tenemos los discos de K.K.’s Priests.


Me agarro a la silla en el preciso instante que mis altavoces escupen la rabia concentrada en “Panic Attack”. Recuerdo, siendo consciente de las distancias, cuando pegaron un puñetazo en la mesa con “Painkiller” ante la pretensión de disputa de un trono que les pertenece. La canción que da nombre al disco me seduce y atrapa con esas guitarras abrumadoras y un Halford mordiente que golpea con cada sílaba  que escapa de su  boca. Fuerza desatada en “The serpent and the king” que destila melodías en su estribillo. El aroma a primeros ochenta de “Devil in disguise”, la épica de “Gates of hell” con esas líneas vocales tan características de Halford… Mi favorita del disco es la inmensa “Crown of horns” y su magnífico estribillo. ¡Dadme mas!.

Desatados con “As God is my witness” como una perfecta máquina engrasada para reinar y ese estribillo con el que levantar el puño y quedarte afónico. “Trial by fire”, “Escape from reality”, “Sons of thunder”… no me voy a recrear en escribir sobre cada canción, si en escucharlas una y otra vez. Acepto que seguramente el disco se desenvuelva cuesta abajo a partir de su mitad, para ya quisieran muchos para sí. No me cansaré de repetir que renuncié hace mucho tiempo a ser objetivo cuando hablo de música y este blog no es a fin de cuentas, sino una extensión de mi manera de vivir. Desde el mas profundo convencimiento de que venero aquello capaz de desatar mis emociones en sus diversas facetas, solo me sale dar las gracias a Judas Priest por otro nuevo disco, y que no sea el último.

Comentarios