Feral - Polvo y cenizas

Desgraciadamente, una aparente sensación de opulencia demasiadas veces oculta la podredumbre que se esconde bajo las alfombras para que parezca oro todo lo que reluce. Lo vemos en nuestras ciudades, en las directrices que se marcan siempre perjudicando a los mismos, tratando de normalizar o incluso romanizar situaciones que no son más que un desbocado camino de decadencia. Hace ya mucho que renuncié a revoluciones, a proclamas a las que la realidad borró de la manera más cruel cualquier atisbo de esperanza. Nos abocan a reivindicar el instinto de supervivencia a través de sustituir libertad por individualismo y quedarse tan anchos, conscientes de su victoria, de la facilidad de infligirnos el castigo de creer en  soflamas atadas a un mástil que impide ver la incómoda realidad en la que nos van sumergiendo como una funesta y actual a la vez que real versión de el triaje nuevo del emperador. Detrás de los himnos, las banderas, las fanfarrias y los desfiles, de la sensación de claridad de un sol que no brilla igual en todos los barrios, cuando levantamos la alfombra nos damos cuenta que al final, todo se reduce para los de siempre en polvo y cenizas.

En el boulevard de los tiempos duros, solo pueden sonar canciones áridas para hacer frente a la ignominia, al rumor que abre puertas que no supimos cerrar para siempre. Miro mis manos, las reflejo en la portada de "Polvo y cenizas", nuevo disco de Feral, me fundo en la potencia madurada a conciencia que desprenden sus canciones. Enraizados en las propuestas más "violentas" del metal como forma de vida, como libertad de expresión, como puñetazos en las puertas con forma de canciones. Llámalo Groove Metal o lo que te venga en gana. Mejor céntrate en las 5 canciones -más una intro- que contiene "Polvo y cenizas", un enorme paso adelante de una banda que ha ido madurando su sonido, con la paciencia y el buen hacer de quien cree en ello, y la excelente conducción de Rafa Camisón a los mandos de su Estudio 79.

La intro "XIII" da paso a través de una batería contundente y acelerada por parte de Unai García, unas guitarras cortantes de Victor Prieto, un bajo prominente de Manu McMardigan y la lección en violencia de la voz de Kala, que se te echa encima como una consecución de golpes certeramente dirigidos. La calma que precede a la tormenta se hace presente en el comienzo de "Nunca brilla" que a los pocos segundos explota como un obús que acierta de pleno en su objetivo, de nuevo la base rítmica construye un inexpugnable muro sónico mientras la guitarra brilla con luz propia, alternando dureza y melodía. "Cicatrices" nos planta de frente un sonido más árido, áspero, desértico que manteniendo un tempo más lento se torna crudo propulsado por la excelente labor vocal de Kali, recordándome por momento "Cicatrices" a Aspid, otra de esas bandas nunca demasiado reivindicadas hasta que de modo sibilino y natural no introduce en una parte oscura y demoledora que explora vertientes más extremas del metal para regresar a su estado inicial.


La obsesiva introducción instrumental de "La noche del cazador" te va produciendo esa desazón tan propia de conocer que la furia va a explotar, guturales, una batería demoledora, puño apretado, músculos en tensión, transgrediendo fronteras, arrebatos violentos comandados por la línea vocal, un ataque directo en toda regla. ¡Brutal!. "Mil demonios" pone el punto y final, como una guerra sin trincheras, cara a cara, puño contra puño, velocidad endemoniada, la guitarra mostrando facultades, derrochándolas de la manera que deben de ser, esa voz que en cada instante deja claro que no hay medias tintas, que ya no existe furia contenida porque encuentra vía libre a través de la garganta. Gran trabajo de Feral, progresión al alza de un grupo que no entrega sus armas, sino que sabe como utilizarlas de la manera adecuada, y es con canciones como las que pueblan este disco. Metal desde el Sur del Sur, artillería irreductible.

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