Tyler Bryant & The Shakedown - Electrified

No sé ciertamente si echo de menos el verano. Tendría que poner en orden mi cabeza y abandonar esa fina línea por la que caminar obsesionado en vivir hoy, buscando el equilibrio que me impida resbalar y caer bien en el lado del pasado autocomplaciente, o del temor al futuro. Seguramente si añore la estación de calor en el preciso instante en que mis ventanas no invitan  a entrar a la luz y el reloj marca horas tempranas de la tarde. Aprieto un taza de café ardiendo más por convicción que por frío ya que los termómetros no marcan descensos abismales al Sur del Sur y la cafeína sea seguramente la unica adición que conservo una vez sobrepasado el meridiano donde la marca del medio siglo vivido comienza a quedar atrás, atesorando esa mirada complice y esa sonrisa inocente que ojalá el tiempo no haya sido capaz de transformar. Un largo trago quema mi garganta mientras el amargor del cafe me despierta de ilusas ensoñaciones en las que me pierdo con excesiva frecuencia. A mi lado el  nuevo libro de Felix Morales, un viaje a Daemoni Mundi que decido acabar en la cama por la noche por lo que cambio a Marvin Harris.

La calma quizás preceda a la tormenta, pero a veces a esta es necesario forzar que aparezca. El cuerpo me pide guitarras que rasguen el ambiente, el rock and roll siempre salvaje, que bastante nos dejamos domesticar en el día a día. No concibo cantantes que parezcan el reputado morador de un sillón de la RAE o el último en llegar al aquelarre de un consejo de administración. Prefiero una punzada en la espina dorsal, la morbosidad del dolor. Disparo desde el tejado con “Electrified” como munición inacabable. Si las guitarras no escupen fuego, hoy no son para mí y las de Tyler Bryant, voto a bríos que derrochan maneras. Seguramente no deje de ser blues, de espíritu añejo pero vocación moderna, rock de carreteras secundarias americanas donde Hollywood creó idolos de celuloide que reposan en el poster de alguna vieja pared donde me dejo caer de vez en cuando. Árido, lejos de condescendencias vanas y vacias que no conducen a ninguna parte. Aguerrido, como un apretón de manos en un cruce de caminos, áspero, sudoroso y excitante como un polvo en los baños de un bar.

Canciones recondas pero afiladas como los cuchillos de una familia de Matarifes de Texas. Ritmos apostados a negro que supuran blues más cercano al desierto que a la orilla del río. Una base rítmica contundente y decidida, como Thelma y Louise al borde del precipicio, una garganta afinada en la puerta de un club de carretera al que dejó a su suerte la construcción de la interestatal. Ronroneos rockeros que suenan a motor de camiones con bujias llenas de grasa, rodando con la soltura innata aprendida por kilómetros y kilómetros de asfalto. La tarde sigue  siendo oscura, pero un viejo reloj huérfano de muñeca sugiere que la noche ya llama a la puerta, y es que he perdido la cuenta de las veces que ha sonado “Electrified” en mi estéreo pasado de moda, donde es imposible encontrar una ranura para una tarjeta de memoria y le suena a chino eso de conectarse a la red. Preparemos la cena y demos mientras tanto, una última escucha por hoy a lo que tiene que contar Tyler Bryant y sus The Shakedown.

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