SomeWhereOut - Providence

Nunca me he sentido muy atraído por los juegos de azar, es más, de no ser por la inercia, ni siquiera participaría en ellos, principalmente por mi falta de capacidad para seguir ciertas rutinas, como el hecho de la constancia semanal de participar, y eso que actualmente, con una simple app en el móvil, lo haces desde casa. La fortuna, tan caprichosa como imprevisible, capaz de escapar con una sonrisa maliciosa y burlona de la ciencia, única religión a la que profeso pleitesía por su capacidad de contraste y falta de conformismo entre otras cosas, tiene su lugar predeterminado en la historia de la humanidad, desde los grandes hechos que cambiaron su rumbo, o lo pretendieron, hasta las historias de vida más próximas que caen en el anonimato de la gran importancia de las cosas que parecen carecer de ella. Hay quien lo llama destino. Me niego a creer que esté escrito en algún lugar, una especie de libro escrito, un guión al que ceñimos nuestros pareceres y caminar, si algo tiene esta vida de escollos constantes, es al menos poder creer que somos nosotros mismos, con nuestros errores, torpezas, aciertos, la indiscutible relación entre acción y reacción,  y por que no, dosis de suerte, el estar en el lugar correcto/equivocado, los que finalmente como en una película de bajo presupuesto pero grandes intenciones, nos retrata como actores secundarios para otros y protagonistas principales para nosotros y aquellos que se nos relacionan en la cercanía más extrema.

Por supuesto, en estos tiempos, la fortuna se concibe de diferentes maneras, cuando en la autopista de la información, y sobre todo, de la falta de ella, un sencillo chispazo de oportunidad, decide que frente a ti se coloque tal o cual cosa. Luego está el trabajo constante y concienzudo, la fe en lo que se hace, la prestancia, y por supuesto el talento, porque sin él, todo lo demás no deja de ser palabrería que resalta más en su lectura que en su práctica. De eso, de talento, sabe de sobra Raúl Lupiánez, o al menos eso me susurran al oido sus canciones, que a fin de cuentas, son las que hablan por él, las encargadas de tratar de estimular las reacciones viscerales de aquel que las escucha. Siempre que escucho la música de Raúl, su faceta como SomeWhereOut, tengo la sensación de tenerlo frente a mi, aunque lo observe desde una esquina oculta en la que pasa desapercibida mi presencia y la certeza de que su música es tan introspectiva que se acerca a nosotros como una prolongación suya. La  música, vía de comunicación, pero al contrario de la verbal o escrita, donde las intenciones quedan claras, la magia de la música consiste en que no siempre lo que pretende comunicar el emisor, el receptor lo recibe de la misma manera, porque apela a sus sentimientos, y ahí las fórmulas matemáticas por fortuna, dejan de ser verdades escritas.

"Providence" no es un disco para mayorías. Tampoco voy a caer en la trampa de las minorías selectas, porque con cada año que cumplo y cada arruga que añado a mi rostro y mi mente, comprendo que la selectividad no es más que un ejercicio de autocomplacencia e incluso clasismo, cuando no somos precisamente las gentes del rock los que estemos libres de ninguna culpa que nos valide para tirar la primera piedra. "Providence" produce en mi un estado mental, que me hace volar libre durante el tiempo que duran sus canciones. Lupiánez mantiene su apuesta por el rock progresivo en el que su guitarra actúa como la llave maestra que abre las cerraduras para dejar escapar el conjunto de ideas que se aglutinan en unas canciones predestinadas para durar en el tiempo, para no perderse en el abismo de las modas.

De nuevo se rodea de diferentes vocalistas -y otros músicos- capaces de dotar de personalidad propia a unas canciones que de por sí mismas muestran un derroche de ello. La fragilidad de las partes para construir la fortaleza del conjunto. "Providence" mantiene en todo momento esa atmósfera intermedia del contador de historias, capaz de incrementar la tensión en el momento necesario y reducirlo cuando llega el momento para prepararnos mentalmente para la próxima subida. Siete canciones, siete capítulos. Mi favorita es "Buried", oscura, excava en mi mente y me hace ser capaz de figurar unos personajes que  reflejen el espíritu y alma de la canción o quizás, mi concepción de ella. Tengo mi preferida pero me cuesta separarla del resto. Me rindo, si no lo había hecho ya antes de manera explícita cuando se acerca el fin del disco con la canción que lo bautiza, inspirada en "La caída de la casa Usher" del maestro de maestros, Edgar Allan Poe, dieciocho minutos de desazón y locura espiritual, como obra sonora excepcional en tres actos. 


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