No podía dejar de rendir homenaje a Ozzy, y siempre mejor en vida, que nunca sabemos cuando va a ser demasiado tarde. No voy a negar el torrente de emociones que me ha recorrido viendo "Back to the begining", y como me he contenido en la soledad de mi salón, frente al televisor para no terminar como muchas de las personas que aquella tarde/noche soltaron sus lágrimas a la par que la garganta de Ozzy peleaba contra el tiempo y la enfermedad. Ozzy es muy importante en mi vida, sus canciones llevan acompañándome desde 1985 o 1986 y lo seguirán haciendo hasta que la parca me invite a bailar con ella. Ozzy no fue para mí Ozzy, también mi vehículo hacia Black Sabbath, la banda que me conquistaría para siempre y con la que no permito concesiones a nadie sobre ella. Alguien me grabó en aquel lejano año una cinta de cassette, por una cara "Blizzard of Ozzy", por otra, "Diary of a Madman", no recuerdo su nombre, porque era de esas cintas que alguien pasaba a alguien y terminaba pasando por incontables platinas que la reproducían y grababan una y otra vez. No recuerdo su nombre, aunque debiera llevarlo tatuado en el pecho como agradecimiento perpetuo. Aquello me voló la cabeza, la guitarra de Rhoads, la voz de Ozzy, tan característica, que no conoce el término medio.
Luego llegaron "Bark at the Moon" ni de "The Ultimate sin" que ya me había encargado de buscar quien me los grabase. Tanto me impresionaron aquellos cuatro discos que en cuanto fui capaz de reunir el dinero necesario, corrí a comprar otro disco de Ozzy. Ya deberíamos andar por marzo de 1987 y contaba con 14 años -15 en noviembre-. Os preguntaréis cómo recuerdo la fecha, fácil, cuando llegué a la tienda de discos me encontré con dos discos en directo de Ozzy, uno que acababa de salir, "Tribute" y otro que tenía ya un par de años largos, "Speak of the devil". Registré mis bolsillos, hice cuentas y vi que me daba para los dos, así que vinieron para casa. Recuerdo como si fuese ayer que primero puse "Tribute", el pasaporte a la inmortalidad de Randy Rhoads en forma de disco en directo. Escuchaba aquel disco con pasión mientras miraba las fotos del interior. Una y otra vez, mientras las canciones sonaban, las cantaba, soñaba con ser uno de aquellos que gritaban de fondo alentados por Ozzy. A continuación llegó el turno de "Speak of the devil". Aquellas canciones eran otras, no las que yo ya conocía.
Escuchar por primera vez canciones como "Symptom of the universe", "The wizard", "Sabbath, bloody, Sabbath"... aunque a Ozzy no lo acompañasen Iommi, Buttler y Ward sino Brad Gillis, Rudy Sarzo y Tommy Aldridge. Aquella semana no gasté el dinero que me daban para desayunar en el instituto, lo guardé durante toda la semana y el sábado corrí de nuevo a la tienda de discos donde encontré una cinta a muy buen precio de Black Sabbath. Ese fue el principio de un final que aún está por llegar. De todas maneras, mi disco coetáneo de Ozzy Osbourne es sin lugar a dudas, "No rest for the wicked" como el de mucha gente de mi generación. Todos los discos anteriores eran producto de un pasado reciente, pero por primera vez, vivía esa expectativa de un nuevo disco de Ozzy. Jake E. Lee ya era historia, un joven guitarrista desconocido, Zakk Wylde. Curiosamente, Ronnie James Dio unos años más tarde repetiría la misma jugada con Rowan Robertson, pero volvamos a "No rest for the wicked". Junto a Wylde, la formación que grababa el disco la completaban Randy Castillo a la batería , John Sinclair a los tecladosy Bob Daisley al bajo, quien sería luego despedido por Ozzy -¿o Sharon?- para reclutar a un viejo camarada, Geezer Butler.
Si había alguna duda, el primer riff que escuchábamos de Zakk era el que aportaba un músculo tremendo a "Miracle man". ¡Qué gran ojo ha tenido siempre Ozzy para los guitarristas y los músicos en general!. Además a la canción, que fue single, la acompañaba un videoclip -tan en boga en aquellos días- en los que Ozzy metía el dedo en la llaga ante los fanáticos religiosos que por aquella época lideraban una cruzada contra el heavy metal, y que hoy en día, son diferentes lobos con la misma piel, que pretenden imponer unas normas caducas encaminada a coartar en nombre de una moral que la gran mayoría de ellos luego se pasa por el forro en la intimidad. "Devils daughter (Holy war)" tiene un estribillo que me enganchó desde la primera vez que lo escuché, ese intermedio donde cobran protagonismo los teclados de Sinclair y además posee un solo de guitarra fabuloso de Zakk que rápidamente se unía a la legión de guitarristas a los que idolatrar en la fe del heavy metal. Como curiosidad, Black Sabbath con Tony Martin a la voz compondrían en 1989 una canción llamada "Devil and daughter".
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