Maragda - Tyrants

Quisiera ser capaz de derrotar al tiempo aunque fuese  solo  un precario instante, pero para ello tendría que ser capaz de atesorar el  talento mínimo que  conseguiese que algún acto u obra consciente perviviese al menos en el purgatorio de la memoria. Me despojo como piel mudada de ideas que tratan de atenazar mis constantes vitales. No me refiero a ningún movimiento hipócrita del pensamiento cual liberación personal hedonista de los 60 ni a divagaciones filosóficas o espirituales fundadas en conceptos imaginarios e inventados como patria, religión o ideología. 

Construimos mitos sobre los que mantener los pilares de un mundo que sin vuelta atrás, necesita de andamios para no venirse abajo. Idolatramos símbolos que se diferencian única y exclusivamente de los que rechazamos porque alguien nos convenció de manera oportuna de adoptarlos como propios. Así fue desde que somos especie. Dejamos de ser nómadas para sembrar la tierra aunque depender de las adversidades climatológicas nos condenase a una vida  menos plena. Pusimos nuestra fe en manos de titiriteros que la manejaron para llenar sus bolsillos, en nombre de Dios, la democracia o la revolución. Destruimos porque el progreso lo exigía para luego reconstruir acorde a nuestros -sus- intereses, construyendo estratos que separen, justifiquen, sacrifiquen nuestra conciencia antes de lavarla. Nos sumimos en el miedo al pecado, en la honra a la bandera, en el falso ídolo de la raza, en la obediencia ciega a las leyes labradas bajo el expansionismo canibal del que fuimos cómplices, complacientes.

Creo en el mandamiento absoluto de no creer en nada, en la premisa de no juzgar a los demás si ni siquiera soy capaz de juzgarme a mi mismo, y si algún día lo hiciera, le compraría el veredicto de inocencia, señoría, que la justicia quizás sea ciega pero bien que tiene bolsillos, y en algún caso, incluso cuentas en Suiza. Elevamos a los altares a los tiranos, a los que reprimen las conciencias con trapos ondeando al viento, a los que manejan redes sociales como si la vida fuese aquello que tan solo ocurre en el escaparate de la pantalla de un teléfono móvil con el que jamás hiciste una llamada de teléfono. Cierro las puertas, ya no sé si para que no entren, o para no salir. Busco una grieta en la pared por la que poder escapar, un agujero de gusano que se planta ante mi en forma de acordes, de melodías sustanciosas, de droga inmisericorde capaz de hacerme viajar entre los estertores corporales que sufre ante el abandono de la mente por dimensiones tan imaginarias como eternas.

Ya no busco en mis libros de caballería sino en las paredes de mis altavoces. No me enfrento a gigantes travestidos de molinos de viento sino a tiranos engordados por la distorsión. Huyo de las palabras altisonantes pero vacías de contenido, me centro en dejarme llevar a través de los caminos sonoros que construyen Maragda, en la canción que tanto da nombre a su nuevo trabajo como se encarga de abrirlo, guardián que revienta los candados de la caja donde custodian los truenos estos barceloneses que me proponen su adictiva sobredosis  de rock psicodélico a través de Spinda Records. Tratar de atrapar a Maragda dentro de un espacio reducido llamado etiqueta es misión harto complicada pero a fin de cuentas, una manera como otra de facilitar el camino de la comunicación entre este que escribe y aquellos que leeis mi empeño. Maragda beben del rock de tintes oníricos, del miedo inexistente a la experimentación propia de aquel rock extraño de la Alemania de los 70, todo ello con un poso rocoso, desértico que si excavase un poco más profundo, encontraría ese sonido primigenio del rock duro monolítico cuando escucho "Skirmish".

Se me ocurren mil y un adjetivos utilizados una y otra vez en este mundo del rock donde todo está inventado pero no por eso falto de valor, pero vivo convencido de que enfrentarse a una canción como "Endless" merece la experimentación propia que dejarse llevar por la poca o mucha inspiración de quien trate de explicarla en un juego de palabras, porque esa melodía vocal me resulta tan hipnótica que dudo que dudo que pueda producir dos sensaciones idénticas en dos estados de animo distintos. Maragda no solo son capaces de alzar sus alas y emprender vuelos cósmicos, también de poner los pies en tierra y embargar distorsión y músculo, bucear en las raíces del rock contundente fabricando a su vez líneas vocales melódicas que casan de una manera tan natural que serías incapaz  de separarlas en "My only link". Sin perder ese efecto demoledor que reviste de contundencia "Sunset room", son sus mezcolanzas de pop y progresivo lo que le añaden un toque especial.

Mi mente y mi espíritu viajan a un Sur del Sur del que mis raíces hace mucho que no quieren huir después de un breve e intenso intento que acabo en regreso con más fuerza. En mi cabeza aparecen algunas bandas con las que comparto costa y viento de levante que como buen puerto de mar se mezcla con un obsesivo y agresivo pasaje de rock psicodélico, de movimientos progresivos, de arena y aridez, que mi trozo de sur no tiene desierto pero si playas donde esta araña los pies si llegase el momento oportuno. "Godspeed" es un viaje al futuro con una propulsión de guitarras que no perecerán jamás por falta de combustible, la omnipresencia de un bajo -durante toda la grabación, es justo, necesario y cierto, decirlo- un empuje, una huida hacia delante musculosa a la vez que alucinante, fantasiosa. Los casi ocho minutos finales de "Loose" cierran la puerta sin echar la llave, condensan en sí misma toda una filosofía que pasa por ser capaz de moverse con fluidez por aquellas atmósferas capaces de crear sensaciones. Maragda te ofrece este "Tyrants" para que como una extraña Alicia en el país de las Maravillas, vuelvas a tomar estas píldoras que te lleven por un viaje en el que mirar a los ojos a la Reina de Corazones. 

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