Orange Goblin siempre me han resultado mayúsculos porque su propuesta siempre ha estado clara por mucho que se cuelen en ellas líneas paralelas que se concentran en el engrandecimiento del resultado final y nunca en crear grietas en el poderoso armazón sonoro que desarrollan. “Science, not fiction” es de esos discos que adopto como banda sonora diaria sea lo que sea en lo que esté ocupando mi tiempo en ese preciso momento. Apuestan por la progresión a través de la devoción por el decibelio. Si el calvinismo actuó como fuerza motriz para el nacimiento del capitalismo y sus cadenas sobre el sudor de nuestra fuente, el riff monolítico invoca el ascetismo intramundano que glorifican Orange Goblin con cada ataque de distorsión directo al cerebro de sus canciones. No sabía a despedida cuando salió hace unos meses pero si en este momento.
Apretar los dientes y saltar al vacío ante el estruendo de “False hope diet”, “Cemetary rats” o “Gemini (twins of evil)” no es cosa baladí ni fruto del azar. Ahora que lo pienso, tal vez la descomunal “End of transmission” si traia nuevas no buenas sino azarosas. El último baile -nunca se sabe, menos aún en este negocio donde mañana me desdigo tan rápido como hoy afirmo- de una banda de sonido disoluto como marcan los cánones del rock duro apoteósico.

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