Precisamente “Birth of malice” de estos últimos es el que ocupa nuestra atención en este momento. Hace ya tiempo que los de Schmier renunciaron a cualquier atisbo de experimentación o “evolución “ de su sonido para enraizarse en el que los hace sobradamente reconocibles como padres de la criatura y máxima exponente de las tesituras más clásicas del thrash teutón que forjaron a base de discos legendarios. Y el resultado de ello es que nos encontramos ante un disco que no genera sorpresa pero sí satisfacción. La importancia del bloque como mandamiento fundamental para que las canciones compongan un disco potente y cohesionado donde mandan esos ritmos marcados de batería, los riffs correosos y la agresiva y característica voz de Schmier.
Aunque encontramos algunos momentos más melódicos como “Dealers of death” y “Evil never sleeps”, sin abandonar por supuesto los fundamentos que conforman la idiosincrasia de Destruction, la tónica general es la agresividad imperante que desprenden canciones el auto reconocimiento implícito de “Destruction” o “Greed”. El disco lo cierran con una prescindible versión de “Fast as a shark” de Accept que no hace más que confirmar que la banda de Baltes y Udo es una influencia que de una manera u otra, más clara o velada, ha estado presente en la música de Destruction. Pues de momento, el primero de los lanzamientos previstos para este año por los tres estandartes del thrash metal alemán, aprueba con buena nota.
Probablemente las expectativas son el mayor enemigo de la realidad porque son capaces de transfigurar la percepción de esta cuando llega. Somos capaces de preconcebir situaciones guiados por nuestro deseo, nuestro afán de perpetua autosatisfacción. El siglo XXI se ha erigido en el mayor antagonismo de la paciencia, hemos sustituido el fuego lento por el café instantáneo como metáfora de una velocidad endiablada que nos lleva a fintar la vida con la falta de tiempo como inapelable excusa. Ya no vendemos la piel de oso antes de salir a cazarlo sino incluso antes de concebir la idea devdarle caza.Entre todos hemos caldeado el ambiente respecto a “The arsonist”, el retorno de Frank Blackfire, el anuncio del proceso de grabación en una cinta analógica de 24 pistas, la terrible paradoja de vivir añorando el pasado aferrados al futuro, desató el runrún al menos en mis círculos cercanos sobre la nueva avalancha sónica de la veterana banda comandada por Tom Angelripper. La guerra sigue siendo el escenario central de la música de Sodom desde que “Mortal way of live” pusiese fin a una primera época de oscuridad y blasfemia. La guerra, ese invento maligno que se convierte en épica en los libros de historia pero que siega vidas sin miramientos en la cruda realidad, excepto la de aquellos que se lucran de la recolección de cadáveres.
“The arsonist” representa aquello que esperas de un disco de Sodom, acentuando la crudeza de su sonido. Seguro que todos y cada uno de vosotros atesoráis vuestro disco preferido de la banda -Agent orange en mi caso- pero no es necesario tender comparaciones que no nos lleven a ningún lado que no sea el de disfrutar del latigazo correoso en que se convierten las canciones compuestas por Sodom para este disco. Thrash Metal, violento, como marcan los cánones. El Thrash Metal es quizás el género que menos artificios innecesarios requiere, lo suyo es otra cosa, la exhalación agresiva de una música visceral que invita a exorcizar las frustraciones a través de la ira del momento, y Sodom en ello son maestros, no en vano llevan décadas comandando y reivindicando su merecida posición dentro del orden del Thrash Metal mundial. “The arsonist” no sé si cumplirá tus expectativas pero ya digo que sí las mías, y mis castigadas cervicales dan fe de ello tras el continuo headbanging al ritmo de unos riffs acorazados. Malditas sean las guerras pero eternos sean Sodom.
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