También Gary Moore. Mi primer contacto con el guitarrista irlandés llegó a través de lo que escribían de él en la HeavyRock donde despectivamente lo llamaban cara cortada, y es que bueno, como ya seguro conoceréis la gran mayoría, se produjeron ciertas diferencias de criterio entre el guitarrista, su agencia de representación y cierta parte del periodismo musical de este país, que ajustaba -o lo intentaba- cuentas a través de las páginas de la revista referente en aquellos días. Y a mí todo aquello no hizo más que acrecentar mi curiosidad por su música, así que ni corto ni perezoso me compré “Wild Frontier”, recién editado por Moore en 1987 y que escuché hasta la saciedad. No sólo es uno de los discos que más he escuchado en “caliente” sino que además regularmente despliega su magia frente a la fricción de la aguja de mi tocadiscos. Tanto me llenó su forma de tocar, que mi siguiente adquisición fue un recopilatorio editado aquel mismo año llamado “Parisienne Walkways”, que me descubrió otra faceta de Gary Moore, en su cara A llena de canciones pertenecientes a su segundo disco en solitario, “Back on the streets” (1979) y la cara B, testigo de su paso por Colosseum II, disco que por cierto compré a través del BID.
Con mi creciente admiración por el irlandés y su correspondiente ojeriza por los redactores que despotricaban de él en la Heavy Rock, llegó en 1989 “After the war” y volví a desfilar por la tienda de discos. Además de la atracción irresistible que ejercía en mí la forma de tocar de Gary Moore, añadía el aliciente de una colaboración de Ozzy en la canción “Led clones” donde trataban de ridiculizar a Kingdom Come, por entonces mayoritariamente maltratados por la prensa, debido a la exagerada influencia de Led Zeppelin en el disco debut de los de Lenny Wolf. Una prensa musical que décadas más tarde se bajaba los pantalones ante cualquier clon de Led Zep como signo de pureza y vuelta a las raíces en una muestra de que es más sencillo nadar a merced de la corriente que tener criterio propio. Recuerdo malas críticas respecto a “After the war” no fueron precisamente halagadoras. Gary Moore seguia la evolución ya presente en “Wild frontier”, acentuándose en lo que demandaban las emisoras de radio como tantos otros compañeros de carrera, no solo dentro del hard & heavy, ejemplo claro “Waking up the neighbours” que podían haber firmado Def Leppard.
Ignoro si cansado de perseguir un éxito mayoritario -y separemos conscientemente éxito de reconocimiento- que parecía rehuirle, de una prensa musical que chocaba de frente debido al caracter del irlandés o porque se le apareció Robert Johnson en plena exaltación de vapores etílicos, decide romper con todo y anunciar que vuelve a sus raíces, al blues. Y no nos engañemos, en este viaje al blues eléctrico nos arrastró a muchos de los que disfrutábamos de sonidos más poderosos. Esa es una de las grandes aportaciones de “Still got the blues”, el poner el blues frente a los oídos de mucha gente que en principio no estaban predispuestos a convertirlo en parte de su menú habitual. Cómo ocurre siempre, habría quien lo tomó como algo ocasional pero también otros seguimos profundizando en el sonido génesis del rock and roll. “Still got the blues” es un disco guitarrero, como no podía ser de otra manera, tal vez, a veces más rock blues que blues rock, como se empeña en recalcar algún purista, y no en vano, son Don Airey, Bob Daisley y Brian Downey los músicos que acompañan a Gary Moore, pero sobre todo, “Still got the blues” es un disco inmenso de principio a fin. “Still got the blues” se convirtió en mi relicario personal, un disco del que hablaba a todo el mundo que quisiera escuchar, que reproducía en bucle, que me acompañaba por las noches antes de que me venciese el sueño imaginando que eran mis dedos, no los de Gary Moore, los que hacían arder la guitarra. Canciones como “Texas strut” y “Moving on” no sólo dejaba claro que el rock era el vástago más canalla del blues, sino que el hard rock era su descendiente más poderoso y contestatario, o esa lección inmensa de feelimg que es la canción que da nombre al disco y cuyo solo de guitarra es de los que te encoge el corazón. Tan sólo por eso, ya mereció la pena.
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