Mientras Donington ruge, Ozzy abre el concierto con “ Bark at the moon”, habitual para abrir los conciertos durante “The Ultimate Sin Tour”. Por alguna razón que desconozco, a este bootleg de sonido bastante bueno, de hecho grabado desde la mesa de sonido, le faltan tres canciones, “Secret loser”, “Flying high again” y la inicial “Bark at the moon”, pero no por ello deja de ser un buen documento de un Ozzy es un magnífico estado de forma y una banda que era un auténtico cañón, sobre todo destaca un descomunal Jake E. Lee al que poco se le reivindica para la cantidad de veces que con su guitarra nos ha conducido al delirio. Reprimo emociones mientras suenan canciones como “Mr. Crowley”, “Shot in the dark” o “Killer of giants” a la vez que recuerdo heridas cerradas con riffs de guitarras en vez de grapas. Ahora una de Black Sabbath anuncia Ozzy, para que esa biblia del Heavy Metal llamada “Iron Man” reafirma que la inmortalidad está en un riff de guitarra, en una línea de bajo, en un ritmo de batería, en una garganta. Cierran el show “Crazy train” y “Paranoid” y ya no recuerdo que Ozzy se ha ido porque su presencia se hace fuerte a mi lado. El martes 22 de julio de 2025 murió un poco más el rock and roll, pero no dejaré que la pena me embargue, gracias por todo Ozzy.
sábado, 26 de julio de 2025
Ozzy Osbourne - Thanks God for the Ozz (Live at Monsters of Rock 1986)
Me siento extraño, mi estado de animo lleva desde el martes a un nivel bajo. Seguramente no tenga sentido sentirse afectado más allá de la empatía por la muerte de una persona a la que no conoces, pero a fin de cuentas, pero esa es la magia de la musica que no necesita de presencia física ni contacto para establecer vínculos tan fuertes como invisibles. Si por algo el rock and roll es tan especial es porque no se trata solo de canciones, sino de un todo en el que la mitomanía juega un papel preponderante. Llevo desde el martes convencido que debo a Ozzy Osbourne rendirle homenaje para hasta hoy no me he sentido preparado para tratar de plasmarlo por escrito. Voy a huir de los responsos al uso, parafraseando al propio Ozzy diré, “¿lágrimas, Sharon?. Soy el Principe de las putas tinieblas. Maldad, maldad, ¿donde está la maldad en las lágrimas?. Más aún viendo como Ozzy se despedía de todos nosotros desde el escenario, con sus canciones, haciendo aquello que le hacía feliz y que tan felices nos hizo a tantos y tantos de nosotros. Además, querido Ozzy, cada vez que los altavoces retumban con tu música, soy consciente que has ganado la eternidad, que sigues saltando, tocando las palmas, haciendo el símbolo de la victoria con tus dedos, victoria sobre la muerte por mucho que la parca haya cerrado tus ojos, sigues vivo en cada disco que reproduce tu voz.
Como decía más arriba, Ozzy nos dijo hasta pronto sobre el escenario y yo sentía que debía decirle que nos veremos en el otro lado con uno de sus discos en directo, uno grabado en uno de esos festivales que tantas y tantas veces soñé con poder ir algún día mientras leía las crónicas de las revistas, escuchaba los discos grabados ante tamaña audiencia y miraba embelesado los carteles de cada edición. El 16 de agosto de 1986, tenía aún trece años porque los catorce no los cumpliría hasta noviembre. No llevaba demasiado tiempo en el mundo del heavy metal, desde el año anterior así, por lo que me encontraba en una era de contínuo aprendizaje, de descubrimientos musicales que reafirmaban mi fe y que me siguen acompañando ahora que ya he rebasado desde hace casi tres años las cinco décadas de vida. A Ozzy, como ya conté hace tan sólo unos días cuando escribí sobre “No rest for the wicked”, había llegado a mí pronto, de los primeros junto a Judas Priest, Iron Maiden, Saxon, Barón Rojo o Scorpions, gracias a cintas que me grababan y al dinero que conseguía ahorrar para comprar mis propios discos. La HeavyRock era el vehículo que me transportaba a Donington Park, donde tocaban aquellos héroes cuyos ojos me miraban desde mis paredes. ¡Vaya cartel aquel año!. Una cita que unía a los dos músicos que más idolatro, que siempre han ocupado el lugar más alto de mi altar blasfemo y politeísta, Ozzy Osbourne y Lemmy Kilmister.
Ademas, en un pleno de heavy metal europeo, el cartel lo completaban Scorpions y Warlock desde Alemania y Def Leppard más Bad News cerrando la representación británica. Ozzy Osbourne ya había tocado en el Monster of Rock un par de años antes, con un line-up de los que quitan el sueño, compartiendo escenario con AC/DC, Van Halen, Gary Moore, Y&T, Accept y Motley Crüe. Dos años después, Ozzy encabezaba una cita que se había convertido en referente demtro del mundo del heavy metal, el lugar donde había que estar. 1986 había comenzado para Ozzy con un nuevo disco, “The ultimate sin”, segundo que grababa con Jake E. Lee a las guitarras. Sé que mucha gente no está de acuerdo, pero para mí, los dos discos grabados con Lee están al mismo nivel de los dos grabados con Rhoads, ahí lo dejo. Al bajo estaba Phil Soussan que sustituyó a Bob Daisley y además co-escribió una de mis canciones preferidas de Ozzy, “Shot in the dark”. Completaba la formación Randy Castillo más los teclados de Michael Moran. Y esa era la formación con la que se presentaban en el escenario situado en el añorado festival celebrado en el británico circuito de velocidad.
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